viernes, 5 de agosto de 2016

Hermandad Nuestra Señora de las Nieves - 5ª Parte:


En 1.975, en que Monseñor Don Rafael Bellido Caro, recientemente consagrado Obispo y nombrado Auxiliar de la Archidiócesis y Vicario de Jerez, que como hijo de Arcos, sentía en su corazón todo cuanto se refiriese a la Virgen de la Nieves, siempre llevaba como una pesadumbre el alejamiento del pueblo, aprovechó su primera visita pastoral para señalar y aún puntualizar en el libro de visitas, la conveniencia de ampliar la devoción a sectores alejados a Ella, unido ello a las normas dadas por la Superioridad, y que precisamente él, como Vicario Episcopal de Laicos estaba encargado de hacer cumplir; de la necesidad de rejuvenecer y modernizar los Estatutos adaptándolas a las reglas dadas por la Iglesia, renovando, si fuera necesario las personas, para dar mayor vitalidad a las mismas, la Junta de Gobierno era conveniente poner en manos del Sr. Cura Párroco, Don Juan Candil Ríos, la Dirección de la Hermandad, para que tratara de conseguir un nuevo órgano rector que se ajustase más al nuevo rumbo propugnado por el Sr. Obispo.
Aquel, ante el problema que se le presentaba, los cultos del próximo año, y las directrices dadas por el Sr. Obispo, hizo un llamamiento a aquellos que él vio más vinculados a las diversas Hermandades de Gloria y Penitencia y de las varias organizaciones de tipo religioso que giraban alrededor de la Iglesia, como Cáritas, Juntas administrativas, Cursillistas, y fieles en general de todas las zonas, dado que las Nieves era la Patrona de todo el pueblo. No hubo problemas en cuanto al número y calidad de personas que se reunieron, sino más bien en el de representación, el cabeza del conjunto. Un elemento idóneo, que unido a su categoría social representativa, uniera una capacidad e iniciativa de dirección, cual corresponde a un cargo de esta naturaleza en una Hermandad de tal envergadura como es la de la Patrona del pueblo. Por todo ello, la Junta quedó de momento y tras de unos meses de estudio y reuniones previas, en Gestora que presidió el propio Párroco Don Juan Candil Ríos, para organizar más despacio y definitivamente aquella, e ir preparando al mismo tiempo los próximos cultos y los nuevos Estatutos, a lo que el Sr. Obispo dio su buen parecer.
La Gestora trabajó bien y de lleno. Una gran propaganda con octavillas y circulares por parte del Párroco y suya, y todo cuanto supuso organizar los cultos. Hubo naturalmente grandes dificultades que vencer, pero que con la buena voluntad de unos y de otros, se superaron.
En un principio aumentaron grandemente el número de hermanos, especialmente por el Camino de las Nieves, donde se hizo una intensa campaña, entusiasmados de verse protagonizados en unas fiestas tan destacadas.
Los cultos se celebraron como siempre, con gran asistencia de fieles, aunque predominaran las devotas de siempre. La Función Solemnísima fue celebrada por nuestro Obispo, Monseñor Don Rafael Bellido Cario, indiscutiblemente alma, promotor y guía de cuanto estaba ocurriendo. Las predicaciones, como ya se venía haciendo, por su indicación en los últimos años, estuvieron a cargo de párrocos locales y de los pueblos limítrofes, en vez de uno destacado, famoso y elocuente orador, como se hacía en las últimas décadas.
Las intenciones de los cultos, fueron más amplias, generales y comunitarias, en vez de la tradicional y personalísima aplicación de una familia, que solía tener el puesto a perpetuidad.

La procesión fue la mayor novedad, especialmente para el pueblo-masa, que eso sí, fue su principalísimo protagonista. Se abandonó el clásico recorrido por el Callejón de las Monjas, Mercedarias, Escribanos y Plaza, en procesión matutina de Tercia, como era costumbre, para hacerlo por la tarde, hasta casi su antiguo Convento Mercedario al final del Camino de las Nieves, para retroceder, y llegando hasta San Francisco, volver a Santa María, tras de casi seis largas horas de recorrido. Por un lado fue un éxito, aunque no tanto por otro. El larguísimo camino; su mucha duración, el gran calor, cansó mucho a autoridades, músicos, cargadores y asistentes. Además, antes, al hacerse por la mañana, permitía aprovechar la tarde que ni era fiesta en otros lugares para irse, incluso a la playa. Este nuevo sistema quitó mucha asistencia de la antigua clase. Pero todo hay que decirlo, el pueblo que no había acudido a la Función, no faltó a la procesión. El acompañamiento del pueblo fue apoteósico, y si en la salida fue grande, a medida que avanzaba fue creciendo, llegando en el Camino de las Nieves a desaparecer las filas para no verse sino una masa tupida, inmensa, apretada de muchedumbre, en medio de la cual, como nadando en una sábana de cabezas iba la Virgen. El personal se renovada constantemente, incrementándose al llegar a nuevas calles. Hubo momentos en que realmente no había filas ni aceras. Vemos, como puede observarse, un gran contraste en la respuesta del pueblo al llamamiento del Párroco y de estos entusiastas jóvenes; Apoteósica la del pueblo-masa, faltando un cierto sector de los que antes normalmente acudían. Los cultos, en cambio estuvieron cubiertos por los de siempre; viejos hermanos y devotos antiguos. Poco o nada de lo nuevo.

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